Las prácticas de nombrar
Nuestros nombres dicen mucho más que cómo nos llamamos. También revelan las costumbres de nombrar de la cultura de la que venimos.
Hace unos meses llamé a un consultorio médico para sacar un turno y la mujer al otro lado de la línea asumió que mi apellido era el de Biko. Se sorprendió cuando le dije que tenía un apellido diferente al de mi esposo y a mí me sorprendió su sorpresa. Mi apellido es mío, bueno, el que heredé de mi familia paterna, y nunca se me ocurrió cambiarlo cuando cambié mi estado civil. Me acuerdo que mi abuela se presentaba como “de” y el apellido de mi abuelo, pero en Argentina eso ya no se usa más.
Esa conversación telefónica me hizo prestar más atención a las costumbres relacionadas a los apellidos. Hasta el día de hoy en Estados Unidos es muy común que las mujeres cambien legalmente su apellido por el de sus maridos. El año pasado se casó una de mis amigas estadounidenses e hizo una fiesta de despedida de su segundo nombre en lugar de una despedida de soltera. Su creativa propuesta fue sacarse su segundo nombre, Christine, conservar su apellido, y agregarse el apellido de su marido al final. La fiesta se llamó Despedida a Christine y esa noche mi amiga dejó ir un nombre que nunca le había gustado y le dio la bienvenida a su nuevo yo de casada.
Como extranjera, esta costumbre me resulta ajena y me da un poco de desconcierto. ¿Será complicada la burocracia para cambiarse oficialmente el apellido? Pasaporte, licencia de conducir, correo electrónico personal y profesional, y cuantas cosas más que me debo estar olvidando. Me las imagino a mis amigas como si fueran espías con identidades pasadas ocultas y varios pasaportes con nombres diferentes.
En las culturas árabes y latinoamericanas, en cambio, el apellido paterno se lleva en la identidad con tinta indeleble, sin importar la cantidad de matrimonios y divorcios. En caso de que el apellido no sea suficiente para indicar la ascendencia, todas las personas en los países árabes llevan además el nombre del padre y del abuelo en los documentos oficiales.
Una mujer que se llama Sarah Adad va a tener, por ejemplo, el nombre Sarah Ali Mohammed Adad en su pasaporte. Ali es el padre y Mohammed, el abuelo.
Me acuerdo que me resultó muy extraño la primera vez que escuché el nombre completo de Mouna, una de mis amigas de Egipto. ¿Por qué tenía nombres masculinos? Mouna me explicó que así se nombraba a las personas en su parte del mundo y tomamos varias tazas de té hablando sobre las prácticas de nombrar. Me contó además que la mayoría de los nombres árabes también son palabras que la gente usa con frecuencia. Por ejemplo: Mouna es deseo, Jamila es hermosa, Leila es noche, y Nur es luz.
En el mundo hispanohablante muchos de los nombres son bíblicos —que explica por qué tantas mujeres nos llamamos María— y no tienen un significado en el uso cotidiano del español. Hay algunos nombres como Abril, Azul o Rocío, que también son palabras que usamos normalmente, pero la mayoría de nosotros tenemos que ir a preguntarle a Google qué significa nuestro nombre. En mi caso, según la RAE, pío o pía es un adjetivo que significa devoto, religioso, piadoso, fiel. Pero no creo que nadie que hable español use la palabra pío en el habla cotidiana para referirse a alguien fiel.
Cuando pensamos en otras culturas, pensamos en comidas típicas o celebraciones, no necesariamente en las prácticas de nombrar. Pero nuestros nombres dicen mucho más que cómo nos llamamos, también revelan costumbres del lugar del que venimos.
Me da mucha curiosidad saber cómo se nombra a las descendencias en otras culturas que todavía no conozco. Si alguien sabe, ¿me cuenta?
¡Hasta la próxima!
María Pía