A Biko y a mí nos encanta recibir visitas y huéspedes. Creo que siempre nos gustó ser anfitriones, pero se volvió una práctica recurrente desde que tenemos amistades y familia desparramadas por el mundo.
Las visitas son todas distintas. Algunas vienen con sed de turismo y traen una lista de todo lo que quieren hacer. No pierden un minuto del día sin explorar cada rincón de la ciudad. Me gustan este tipo de visitas porque me obligan a ver mi ciudad con ojos de turista. Aunque haya caminado por la misma calle mil veces, salir a pasear con ellos me lleva a descubrir cosas nuevas: un café al que nunca había entrado, un mural que no había visto, una panadería que no había probado. Estas visitas también suelen ser receptivas a las curiosidades y los muchos datos históricos que me gusta recordar y compartir.
Por ejemplo: ¿Sabías que el PATH en Toronto, la ciudad peatonal subterránea, tiene más de 30 kilómetros y conecta más de 1.200 negocios, restaurantes y servicios? Aunque no llega a ser una maratón (que tiene 42), es una caminata lo suficientemente larga como para merecerte un buen croissant o un sándwich de shawarma al final.
Otras visitas dejan los relojes en sus casas y vienen sin listado de cosas por ver. Por lo general, les da igual sacarse fotos en lugares turísticos, pero Biko y yo insistimos en fotografiarlos para que se lleven el recuerdo. Suelen aburrirse con los datos históricos y yo tengo que hacer un esfuerzo por contenerme y no abrumarlos con información que no les importa. Me gustan este tipo de huéspedes porque me invitan a echar el ancla en el presente y disfrutar de la caminata en el parque, de la taza de café con leche, o de la charla en el balcón sin ningún apuro.
Casi todas las visitas, sin excepción, traen regalos. Supongo que es una de las reglas de cómo ser un buen huésped que todo el mundo conoce. A mí como anfitriona me han regalado flores, chocolates, yerba de Argentina, café de Ecuador, una lámpara de Aladino y una estatua de un gato de Egipto, un recetario para escribir mis propias recetas, y hasta un perfume de Dolce & Gabbana.
Es lindo que me traigan regalos, pero hay muchas otras cosas que también hacen a un buen huésped. Por ejemplo, agradezco mucho cuando me envían la información del vuelo y el horario aproximado de llegada. Para una persona organizada como yo, ese detalle es importantísimo y me calma la ansiedad que me causa la espera. Franco se quedó con nosotros en Brooklyn el año pasado y me cebó los mejores mates que tomé en mucho tiempo. También nos cocinó tacos. Mi amiga Nadia nos visita dos o tres veces al año, y me apasionan todas las historias que me regala cuando nos sentamos a charlar en el sillón. Es generosa en los detalles y sabe cuándo enfatizar ciertas palabras o frases para mantenerme hipnotizada en su relato. Cuando viene mi amiga Yari me aseguro de tener empanadas porque sé que le encantan. Yari llena el departamento de pura vida costarricense y una risa que contagia.
Otro gesto que valoro mucho en las visitas es la sinceridad cuando algo no les gusta. Yo soy bastante vergonzosa y suelo aceptar todo, aunque no me encante. Pero como anfitriona quiero que la persona que se queda en mi casa tenga la mejor experiencia posible. Con Biko tenemos un menú con todos los platos que sabemos cocinar pegado en la heladera y a las visitas les ofrecemos opciones de ese menú. No quiero que me digan que les gusta todo por compromiso. Al contrario, me alegra saber que no voy a servirles algo que no van a disfrutar.
Por ahora recibimos amistades y familiares en casa, pero soñamos con tener un hotel algún día. Tendrá pocas habitaciones y ofreceremos pan casero para el desayuno. Con Biko nos turnaremos en la recepción. A cada uno le tocará un día a la mañana para despedir a los huéspedes que se van y otro día a la tarde para recibir a los que llegan. También tendremos un restaurant, con prioridad para los huéspedes, pero abierto al público en general. Habrá que reservar porque tendremos pocas mesas y serviremos principalmente pastas. Mi favorita es rigatoni con salsa rosa; la de Biko espaguetis con salsa de pollo al verdeo. Pondremos una quesera en la mesa para que los comensales puedan servirse todo el queso que quieran y un cartel que diga:
En este restaurant está permitido comer queso con pasta, no juzgamos.
No sabemos en qué lugar del mundo estará ubicado el hotel, pero sí te aseguramos que nos encantará recibirte, con un plato de pasta caliente y todo el queso que quieras.
📚 Un libro: El hechizo del verano de Virginia Higa.
Editorial Sigilo - 2023
Virginia es argentina y vive en Suecia. El hechizo del verano es una colección de ensayos y crónicas sobre su experiencia en ese país del norte. Uno de los ensayos se titula Hospitalidad y fue la inspiración para esta publicación.
Te lo recomiendo si tenés ganas de leer algo corto (tiene 160 páginas), inteligente y entretenido. No diría que es literatura de viaje, pero te va a gustar si te interesa la vida en otros países desde una mirada curiosa, respetuosa y sin sesgos de superioridad.
🎙️Un podcast: Entrevista a Virginia Higa en Vidas Prestadas por Hinde Pomeraniec.
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¡Hasta la próxima!
María Pía
El arte de ser anfitrión… que ganas de conocer algún día ese hotel
¡Cómo se nota cuando alguien verdaderamente se disfruta hospedarte y estoy seguro que ese será el éxito de próximo hotel!