A veces no sé cómo me llamo
¿Tener más de un nombre también nos hace tener más de una identidad?
Una amiga de la universidad tenía la teoría de los nombres churrasco y ensalada. Para ella, nombres como María Emilia o Juan Manuel iban bien juntos. Emilia era el churrasco y María la ensalada de acompañamiento. En cambio, a mi amiga le indignaba escuchar dos nombres churrasco juntos, como Santiago Hernán o Florencia Lucía. La combinación de dos platos principales le resultaba conflictiva.
En ese entonces, yo no estaba de acuerdo. Normalmente las personas con dos o tres nombres nos identificamos con el que usaba la familia para llamarnos de chiquitos, o el que eligieron las maestras en la escuela. Ese que se nos adhirió a la identidad sin consentimiento desde muy pequeños, dejando al otro nombre, ya sea churrasco o ensalada, relegado a existir solo en el documento de identidad, el pasaporte, o en formularios cuando tenemos que poner el nombre completo.
En mi caso, yo tenía bien claro que María era mi nombre ensalada y Pía mi nombre churrasco y todas las personas que me conocían me decían Pía. Cuando me tenía que presentar en un contexto nuevo no hacía falta explicación porque en mi cultura se sabe que lo normal es llamar a las María Algo por el segundo nombre, el nombre churrasco.
Si alguien decía María en la calle, lo más probable era que yo no me diera por aludida. Si llamaban a mi casa preguntando por María, tenía que preguntar ¿qué María? Ya que mi hermana también es María Algo. Los primeros veinticinco años de mi vida fui Pía, sin cuestionamientos ni titubeos. María estaba ahí para que Pía que tiene solo tres letras no se viera tan cortito al escribirlo. En la oralidad, María no me identificaba.
Cuando empecé a viajar mi identidad se volvió más compleja y la respuesta a la simple pregunta “¿cómo te llamás?” empezó a depender del contexto. Mis vínculos más cercanos y mis colegas en el trabajo me dicen Pía, pero en muchas situaciones cotidianas me encuentro llamándome a mí misma María, algo que nunca había hecho en Argentina.
La primera razón para este cambio de autopercepción es la lengua. En inglés, especialmente si estoy hablando por teléfono, tengo que aclarar cómo se escribe Pía. With P as in Peter, tengo que agregar, porque los sonidos de /p/ y /b/ en inglés son fáciles de confundir. En árabe es incluso más complejo, porque el sonido de /p/ no existe. A veces detecto a mi familia yemení diciendo Bía en lugar de Pía. Aunque puedan pronunciar la /p/, sus labios los traicionan y la lengua materna los obliga a cambiar el sonido extranjero por el familiar.
María, en cambio, no da lugar a dudas y se ha convertido en mi nombre público cuando hago una reserva en un restaurant, llamo a un 0-800, o me presento en reuniones laborales o sociales con mucha gente que normalmente no frecuento.
Conozco muchas personas a las que les pasa lo mismo. Mi amigo Nahuel se dio por vencido tratando de enseñarle a los australianos como pronunciar su nombre y en la tierra de los canguros ahora lo conocen como Nick. Mi colega de Taiwán se presenta como Alice, y ninguno de nosotros sabe exactamente cuál es su nombre taiwanés. Un día hablando en francés se presentó como Cécile y nos dio gracia saber que había adoptado varios nombres según el idioma que hablaba.
Mi otra razón para usar María en Estados Unidos es que es una manera de aferrarme a mi identidad latina. Nombrarme María y pronunciarlo con mi acento argentino es también decir que soy latinoamericana y que hablo español. Un esfuerzo por conservar mis raíces, que se vuelven cada vez más fuertes con el paso del tiempo y los kilómetros recorridos.
Tengo que reconocer que María se ha convertido en nombre churrasco y a veces me siento como una espía que tiene doble identidad según dónde esté.
¿Si tenés más de un nombre o sobrenombre, vos también tenés más de una identidad?
Del 15 de septiembre al 15 de octubre se celebra en Estados Unidos el Mes de la Herencia Hispana. Se organizan muchos eventos y esta semana tengo la suerte de ir a escuchar a Sandra Cisneros, una escritora que admiro un montón.
En su libro La casa en Mango Street, la protagonista reflexiona sobre su nombre siendo una niña mexicana viviendo en Estados Unidos. Esperanza dice:
En la escuela pronuncian raro mi nombre, como si las sílabas estuvieran hechas de hojalata y lastimaran el techo de la boca. Pero en español mi nombre está hecho de algo más suave, como la plata, no tan grueso como el de mi hermanita —Magdalena— que es más feo que el mío. Magdalena, que por lo menos puede llegar a casa y hacerse Nenny. Pero yo siempre soy Esperanza.
Me gustaría bautizarme yo misma con un nombre nuevo, un nombre más parecido a mí, a la de a de veras, a la que nadie ve. Esperanza como Lisandra o Maritza o Zezé la X, Sí, algo así como Zezé la X estaría bien.
No sé cómo sería la vida de Esperanza llamándose Zezé la X, pero su reflexión me hizo pensar si me gustaría llamarme de otra manera y la verdad es que creo que no. Pero si algo como mi nombre, que creía tan inmutable en mi identidad, ha evolucionado con el correr del tiempo y se ha adaptado a nuevas etapas de mi vida, tal vez adopte otro nombre en la vejez. Por ahí Sandra Cisneros me da algunas ideas cuando la vea esta semana.
Hasta entonces, no me decido cómo firmar esta publicación así que esta vez voy a usar todas las combinaciones posibles.
¡Hasta la próxima historia!
María Pía - María - Pía - M. Pía
Hermoso, como siempre! Yo, a falta de dos nombres, tengo dos apellidos distintos según dónde viva. Desde que soy también italiana, mi apellido perdió la "ñ" y me acostumbré a escribirlo con "n" hace años ya fuera de Argentina, pero cuando tengo que pronunciarlo mi cerebro todavía entra en cortocircuito.
Aww Pia, me encanto tu reflexión. Me hizo pensar, me pasa también con los apellidos. Se que en Argentina solo tienen uno. En Colombia tenemos dos. En algunos países mi nombre es tan largo, que excede el limite de caracteres que se puede poner en los formularios en internet.
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