Era domingo y hacía mucho frío. El 2018 fue uno de los inviernos más fríos de los últimos años en Nueva York. Biko me preguntó si quería ir a un café a desayunar y me pareció un buen plan. Yo todavía no vivía acá, estaba de visita y no había ido a muchos cafés.
Cuando nos subimos al subte y me dijo cuántas paradas teníamos, dudé si realmente había sido una buena idea. Estábamos en Astoria, en Queens, y el café al que íbamos quedaba en Williamsburg, Brooklyn. A una hora y dos trenes de distancia.
Llegamos y el aroma a café era una delicia. La pared del fondo estaba cubierta de plantas, el sol entraba por un ventiluz gigante en el techo y se me disiparon todas las dudas. El largo viaje había valido la pena.
Devoción es una cadena de café colombiano. Tienen varios locales en la ciudad, pero el de Williamsburg es mi favorito.



Nueva York estaba flexibilizando de a poco las restricciones después de la pandemia y los días se estaban empezando a alargar con la llegada de la primavera. Yo iba una vez por semana a la facultad a la única clase presencial que ofrecía el departamento. Sacando las dos horas de esa clase, donde usábamos barbijo y nos sentábamos en mesas bien separadas, el resto de mi vida académica (y personal) transcurría principalmente en la virtualidad.
El Hungarian fue uno de los primeros lugares que fui a conocer cerca del campus. Era marzo del 2021. Después de meses de encierro, ni bien entré me resultó chocante que hubiera tanta gente junta en un lugar cerrado. Pero cuando sentí el olor a panadería, la tensión de mi cuerpo se relajó y empezó a disfrutar del murmullo y la intimidad compartida con desconocidos que generan los cafés que tienen mesas bien juntitas. Una sensación que no me había dado cuenta de que extrañaba.
Siempre escribo notas sobre los lugares que visito en Google Maps. La de ese día dice: “good pastries” (cosas dulces ricas). ¿En qué andaría apurada mi yo del pasado para dejar una nota tan poco informativa e inútil para mi yo del futuro? Tengo el vago recuerdo de que me costó elegir qué pedir. Tienen una variedad increíble de tortas, masitas y facturas, y quería probar todo. Creo que me decidí por dos cosas, pero no saqué una foto y no me puedo acordar cuáles eran.
The Hungarian Pastry Shop es un lugar que frecuentan estudiantes de Columbia, escritores, y personajes de libros y películas, que se quedan largas horas tomando las tazas de café ilimitado que ofrecen los dueños. Sin duda es un lugar especial para conectar y charlar con otros porque el Hungarian no tiene wifi.
Lo primero que vi fue la pared. —Wow, qué hermoso mapa —pensé.
Era un planisferio en madera que ilustraba el recorrido del café Arábica desde Yemen al mundo. Me detuve a disfrutarlo y Biko me trató de explicar:
—El mapa de Yemen está desproporcionado. En realidad, esa provincia es más chiquita y esta otra (bla, bla, bla).
Lo ignoré porque lo que menos me importaba era analizar la escala del mapa. Él siguió hablando solo mientras yo escuchaba mis propios pensamientos.
—Me encanta la calidez que le da la madera al lugar. ¡Ay qué rico tienen sabaya con miel! Está lleno de gente. Me gusta que las mesas sean grandes para venir a trabajar. Las fotos en las paredes son una belleza.
Biko seguía diciendo cosas que yo no escuchaba hasta que nos interrumpió el chico que tomaba los pedidos. Era nuestro turno:
—Salam aleykum, queremos té adení y sabaya.1
—Shukran —agregué yo para agradecerle al chico al otro lado del mostrador y usar algo de mi limitado repertorio en árabe.
El té adení no estaba a la altura del de mi cuñada, que en la opinión de la familia prepara el mejor té adení del universo, pero estaba riquísimo. Nos pasamos la tarde hablando de la historia del café y del puerto de Moca en Yemen, desde donde el café se empezó a dispersar por el mundo.
Como no podemos ir a Aden todas las tardes a disfrutar del té de mi cuñada, seguimos yendo a Qahwah House seguido. Un pedacito de Yemen en Nueva York.
Estábamos en Brooklyn viendo departamentos. Nos teníamos que mudar a principios de septiembre y la búsqueda de un nuevo hogar en el calor de agosto nos estaba resultando agotadora.
Estábamos caminando por uno de los barrios en nuestra zona de búsqueda cuando un email me hizo frenar la marcha en seco.
—Es del edificio que aplicamos la semana pasada —le dije a Biko que frenó el paso también, expectante.
Nos aceptaban como inquilinos y nos adjuntaban el contrato. Celebramos con un abrazo y releímos el email con más atención. En el apuro habíamos obviado todos los detalles de documentos adicionales, pasos para firmar el contrato y fechas posibles para darnos las llaves.
Acá para alquilar hay que enviar una solicitud con todos tus papeles a la agencia o al propietario que ofrece el departamento. Tuvimos suerte de que nos aceptaran en el edificio que tanto nos había gustado.
Estábamos a poquitas cuadras y decidimos recorrer la zona otra vez. Pasamos por la puerta y le sacamos una foto para compartir la noticia con nuestra familia.
De camino a tomar el subte vimos Ciao Bella Coffee y nos pareció un buen lugar para celebrar que en 15 días tendríamos nuevo domicilio. Pedimos algo frío para tomar y la barista nos dio la bienvenida al barrio. Era ya la tardecita y no había mucha gente. Nos sentamos en una de las mesas de la vereda y se nos hizo la noche imaginando dónde íbamos a poner los muebles y cómo íbamos a decorar el living.
Hola, ¿cómo estás?
Yo disfrutando de que finalmente salió el sol después de diez días seguidos de lluvia.
La semana pasada estuve charlando con Jessie de Bibliofilia sobre cafés y librerías en Nueva York. El intercambio de recomendaciones me hizo recordar la primera vez que visité algunos de los cafés que más me gustan y decidí compartírtelos este fin de semana.
☕︎¿Vos también tenés recuerdos especiales de cafés en tu ciudad?
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Espero leerte y ¡hasta la próxima historia!
(María) Pía
Ya te hablé de la sabaya en Tres festejos: #1 Domingo. Es como un pan, pero es dulce y se come con miel. Te comparto la receta por si te dan ganas de probarla.
The Hungarian Pastry Shop!! Que hermosa. Creo que para mi se lleva el primer lugar 😌
Visitando a un primo que trabajaba en St.Luke's, nos quedamos cerca de Columbia y disfrutamos de un capuccino en el Hungarian Café. No sabia que seguía abierto! Estoy hablando del año 90!!!! Que barbaro! Super memorable. También me encantó el Peacock Cafe en el Village. Seguirá abierto?? En París, casi toda cafetería es un sueño, aunque el café sabe pesimo la experiencia es todo. 🌸