“El novio no estará presente en ninguna de esas fiestas, ni siquiera en la propia boda. Celebrará por su lado con los hombres mientras la novia festeja por otra parte con las mujeres. Todo esto me pone a pensar. Me pregunto qué tanto añoran las yemeníes la presencia masculina, en estas ocasiones especiales y en general en la vida. Yo diría que no mucho. Toda la sensualidad, la amistad, el apoyo muto, el lujo, las confidencias, la libertad, la risa, todo lo bueno y lo grato lo despliegan estando entre ellas y prescindiendo de ellos.” Canción de Antiguos Amantes, Laura Restrepo.
En la serie de tres festejos de casamiento que tuvimos con Biko en Yemen, el jueves fue el turno de las mujeres. Normalmente lo organiza la familia de la novia para su familiares y amigas, pero a falta de mi tribu argentina que no podía trasladarse a Yemen, la familia de Biko organizó la fiesta.
Al igual que el domingo anterior, la casa se sumergió en preparativos desde temprano. Después del desayuno, mi suegra preparó bakhur y me pidió que la acompañara a su habitación. Habíamos llegado solo unos días atrás y hasta ahora siempre habíamos tenido a alguien que tendiera un puente entre su inglés de diez frases y mi árabe de cinco palabras. «¿Por qué me estará llevando sola? ¿Me querrá decir algo en privado? ¿Pero cómo nos vamos a comunicar?», yo pensaba nerviosa mientras nos alejábamos del comedor y dejábamos las voces de la familia atrás.
Con gestos amables me indicó que me sentara en el sillón. Puso el bakhur en el piso y encima le colocó una estructura de caña con forma de cono que guiaba el humo del bakhur hacia los costados y hacia arriba. Sobre la cama estaban todos los vestidos que las mujeres usaríamos esa tarde y con cuidado los acomodó uno sobre otro para perfumar las telas, creando una montaña colorida y brillante. Después sacó tres frascos del armario. Abrió el primero, se frotó las manos con lo que parecía aceite, y me dio un masaje en un brazo y luego en el otro. Abrió el segundo frasco y un olor floral invadió la habitación. Se froto los dedos y me puso el perfume delicadamente detrás de las orejas. Abrió el tercer frasco. La consistencia no era aceitosa, sino más bien como una cera con un perfume que al día de hoy no puedo identificar. Con paciencia me acomodó los rulos rebeldes y me masajeó el cuero cabelludo por varios minutos. Se volvió frente a mí, me miró a los ojos con intensidad, y mientras sonreía asintió levemente con la cabeza. «Estás lista», me dijeron sus ojos sin necesidad de palabras.
Mi suegra abrió la puerta y el barullo de la casa exaltada en preparativos se coló en la habitación. Los hombres habían desaparecido de la escena y las mujeres coordinaban tareas. Sus voces eran alegres y no me molestó no entender las largas conversaciones en árabe. Estar sumergida en esa intimidad exclusivamente femenina tan lejos de casa me pareció un privilegio, un regalo valiosísimo.
Dos chicas jóvenes llegaron pasado el mediodía y desplegaron peines de todos los tamaños, labiales en todos los tonos, y sombras para los ojos de todos los colores. Era la segunda vez que veía el poder transformador de las manos yemeníes. Los músicos el domingo habían transformado una simple calle a un salón de fiesta iluminado por las estrellas. Ahora las maquilladoras habían convertido el dormitorio de mi suegra en un salón de belleza. No me resultó extraño cuando después de dos horas de someterme a sus manos mágicas no me reconocí en el espejo. Dudé si la brillantina que habían usado no sería polvo de hadas, ¿quién sabe?



El novio tampoco me reconoció. ¿Dónde está la chica argentina que traje en el avión?, exclamó con una sonrisa cuando me vio y me besó en la frente. Había venido a verme antes de que llegaran las invitadas. La celebración sería en el gran salón de la planta baja y la privacidad de la casa les permitiría a todas las mujeres lucir sus vestidos de fiesta y presumir sus movimientos de baile sin miradas masculinas.
Llegó la hora y mi suegra y mis cuñadas me escoltaron a la escalera. Cuando bajé el primer escalón me di cuenta de que nadie me había explicado qué tenía que hacer. Podía ver al grupo de invitadas al pie de la escalera por lo que ya era tarde para detenerme a preguntar. Sabía que íbamos a festejar, pero ¿cómo se festeja en una fiesta de mujeres en Yemen? Cuando llegué al último escalón dudé si debería saludarlas con un beso, como había aprendido que se saludan las mujeres árabes varias veces en el mismo cachete, pero eran al menos 40 y descarté la idea.
El ululeo agudo típico de todas sus voces juntas me despejó los nervios, los miedos y las dudas.1 Esta vez no hizo falta una banda, ni cantante, ni bailarines. Las mujeres más grandes se ubicaron al fondo del salón, alejadas del parlante para poder charlar. Las más jóvenes crearon un semi círculo a mi alrededor y comenzó el baile y la diversión. La lista de reproducción incluía una combinación de clásicos y de modernas canciones de bandas egipcias que las generaciones grandes desaprueban y las jóvenes reproducen a todo volumen2. Las chicas se movían con una mezcla perfecta de sensualidad, suavidad, dulzura y alegría, y en cada ritmo diferente me enseñaban nuevos pasos que no lograba imitar. Su manera de moverse no tenía comparación con el baile simple de los hombres que tan fácil me había resultado antes. Esta vez, los pasos de cumbia de mi adolescencia no me sirvieron en lo absoluto y me dediqué a disfrutar y admirar la belleza de ese baile impracticable para mí.
Este segundo festejo fue uno de los días más especiales del mes que compartimos en Yemen. Desde los preparativos de la mañana hasta la última canción de la noche, estuve rodeada de hermanas, madres, tías y amigas. Ninguna hablaba español, y es posible que varias de ellas no supieran dónde quedaba Argentina. Ciertamente yo había descubierto hacía poco dónde quedaba Yemen y hasta esa noche ni siquiera sabía cómo se festejaba una boda entre mujeres. Sin embargo, las barreras culturales, geográficas, y lingüísticas se esfumaron frente al cariño y los sinceros deseos de felicidad de ese grupo de mujeres yemeníes para la novia extranjera que había viajado miles de quilómetros a celebrar el amor con ellas.


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Gracias por leerme hoy.
¡Hasta dentro de dos semanas!
Pía.
Zaghrouta es un ululeo que hacen las mujeres árabes en celebraciones y espcecialmente en casamientos. Es un sonido agudo que hacen moviendo la lengua y a mí todavía me falta mucha práctica para que me salga bien. No te pierdas este video de 12 segundos. ¡El zagharouta de esta mujer es perfecto! Contame si a vos te sale.
WOW, que experiencia tan profunda, tan lejana para este lado del mundo y ahora tan cercana para ti que tienes familia allá. ¡Y que linda estás con esos atuendos! Definivitamente una experiencia muy rica.